Hay prisiones que carecen de barrotes y esposas.
Hay cerrojos que obvian puertas y estructuras.
Hay encierros que son más largos que una condena.
Hay ruidos que callan las voces más nuestras.
Hay lugares que no tienen salida.
Hay pensamiento que son la encrucijada de una espiral misericordiosa.
Sufren los ojos que no son capaces de ver la claridad.
Sufren los labios que ya no lanzan una sonrisa.
Sufren las horas que asfixian tu corto tiempo.
Mece en ti la inconformidad de tus días
y ruje furiosa la paz acallada por los instantes fortuitos,
por las rupturas imprevistas que doblegan a otro tiempo la estadía pausada de tu ser.
Hay cadenas que son más fuertes que el propio hierro.
Y lágrimas más dolorosas que el ácido.
Hay noches que son más largas que las pesadillas.
Hay mares que solo ahogan en vacío.
Hay carcajadas que se clavan como cuchillas oxidadas,
¡por impuras y sarcásticas!
Hay besos que son estelas de consuelo
y caricias que pesan por el indulto de nuestra alma.
Sufren aquellos que todo lo callan y
callan aquellos otros que de tanto decir, jamás dijeron.
Sufre la soledad cuando te ve muy a menudo.
Sufren los encuentros que te perdiste.
Sufre la brisa que ya no sientes.
Sufre la música que se pudre en tus oídos.
Calmas la ansiedad ocupando tu vida en vacíos existenciales,
y llenas tu agenda de baratos consuelos, de efímeros deseos saciados.
Recreas en tu cabeza el convencimiento imperfecto de rimas aprendidas,
que antes fueron consejos.
Hay oscuridades más temibles que el propio infierno.
Hay lamentos más pesados que una vida
y vidas más frías que le mismo hielo.
Hay prisiones impuestas,
hay cárceles creadas,
hay mazmorras merecidas,
y arrestos buscados.
Hay celdas que son la armadura de nuestra alma,
y alma que nunca rompieron en grito aquellas paredes de miedo,
las que protegían,
pero las encerraba a permanecer postergadas
en la agonía confusa de unos sueños,
deshechos en las largas noches de insomnio
y del cómplice silencio.