Tras un año viviendo en Colombia regresé a España. Mi tierra quedaba muy lejos de lo que se soñaba desde el otro lado del océano.
Cuando me marché, España tenía un color grisáceo.
Los tropiezos del anterior gobierno socialista habían dejado un fuerte lastre económico difícil de solventar. Las calles gritaban justicia social, los ciudadanos se amontonaban en una frenética algarabía reclamando sus derechos con las manos en alza y los jóvenes tomaban lentamente conciencia de una responsabilidad con su propia historia.
La esperanza y la solidaridad de un pueblo unido parecían ser la salida a una crisis impuesta y creada, o al menos, la dosis de un optimismo ocasional para creer en el espejismo de algo mejor. Sin embargo, hoy parece haber un silencio generalizado, un complot de retroceso en las luchas, un shock politizado.
Recuerdo que, durante el período que viví con los sentidos divididos entre Colombia y mi país, las discusiones eran muy variadas y la confrontaciones políticas, económicas y culturales de lo más complejas. “Hablas de unos derechos que nosotros ni siquiera soñamos”, me decían los colombianos.
Pero no era solo una pérdida de derechos, conquistados tras años de dictadura; era la caída de unos valores, de unos compromisos, de una humanidad.
Los servicios públicos se privatizaban y con ello la sanidad, la educación, la vivienda o el trabajo ya no eran bienes comunes y accesibles para una incipiente clase media; la brecha social se abría y con ella se imponía la cara más feroz del capitalismo: la abrupta división entre ricos y pobres.
Los jóvenes preparados se iban en masa a estudiar a otros países, los inmigrantes dejaban de ser atendidos en los hospitales, el nacionalismo ponía en duda la unión de España, las constantes huelgas se saldaban con pérdidas cuantiosas, los escándalos de la Casa Real ocupaba las portadas de todas las revistas en el mundo, los banco quebraban, cientos de personas perdían sus casas manteniendo la deuda de las hipotecas, el IVA subía, los salarios bajaban y la corrupción y los robos de los partidos políticos, junto con la impunidad judicial, no solo ponía en jaque la credibilidad nacional e internacional, sino que apagaba lentamente la mecha de una sociedad ansiosa de cambio.
La continua tirada de noticias sobre mi país me hacía retorcerme desde el pequeño habitáculo donde me encontraba a miles de kilómetros, como muchos otros, de la ex soñada Madre Patria. Al principio no daba crédito, luego me indignaba o exacerbaba entre el asombro y la confusión, con el tiempo comenzó a darme risa y, posteriormente, me decían: “Tu país está bien jodido”, tan solo me quedaba asentir con la cabeza mientras exhalaba lentamente el aire.
España no solo estaba a la cola de Europa, sino que estaba siendo fragmentada, humillada y pisoteada. De cara a los medios extranjeros era el hazmerreír del primer mundo.
Miles de foráneos comenzaron a regresar a su tierra natal, las grandes empresas potenciaron la inversión de capital en otros países para obtener más beneficios, mientras las llamadas desde el otro lado del océano me avecinaban lo peor a mi regreso.
Ahora que no es lejano, percibo los escollos de un país abatido y cansado. La desvergüenza de un gobierno salpicado por el engaño y la deslealtad hacia su pueblo, junto con la cortina de humo mediática impulsada para desorientar y disipar a los más molestos, ha dado lugar a una apatía estandarizada que rehuye de una política enfermiza.
Cada país posee su propia realidad, su propia mirada y su propia personalidad; por eso es difícil establecer comparaciones. La dicotomía entre unos y otros es tan compleja como lo son las circunstancias que lo forman. España vive ahora el letargo de un mal sueño, un retroceso inminente en conquistas sociales y la agónica abolición de un Estado de bienestar vendido desde el principio por y para todos.
Puede que esto sea temporal pero cuando me preguntan cómo encontré a España quisiera, como la mayoría de los ciudadanos, apartar la vista, permanecer en silencio. Y eso es lo que realmente me asusta de esta nueva España.
Publicada el 31 de agosto tras mi regreso de Colombia en: Lachachara.co