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«¿Fue nuestra visión demasiado estrecha, demasiado parcial, demasiado apresurada? ¿Fueron nuestras conclusiones demasiado rígidas? Tal vez. Pero ese vagar sin rumbo por nuestra mayúscula América me ha cambiado más de lo que creí. Yo, ya no soy yo. Por lo menos no soy el mismo yo interior.» Diarios de motocicleta (2004)

“He caminado por playas paradisíacas, por el espeso desierto guajiro, me he adentrado en la selva y he comido de sus frutos. He subido montañas y cruzado ríos. He dormido con indígenas en la cúspide de la sierra y he aprendido a convivir con la madre tierra. He caminado por asfalto, laderas y mar; despertado con los gallos y acostado al marcharse el sol. He corrido por piedras milenarias y descansado bajo los árboles, bebido del río y comido de la tierra. Escuchado el silencio de la noche selvática y visto los mejores cielos estrellados. He conocido y admirado, he sentido y vivido, he dado y recibido.

De todo eso, me llevo momentos mágicos e inolvidables. Me llevo sabiduría y experiencias, me llevo lugares y personas; sonrisas y anhelos. Aunque lo que con más fuerza me llevo son unos pies doloridos y cansados, pero más sanos y sabios para caminar en el tiempo”.

Caminar, con los pies descalzos; siempre caminar. Encontrar en cada parada un aliento, una sonrisa, una taza de café, un reposo. Lugares que se hacen propios cuando el viajero se encuentra con el reflejo de sí mismo y ve a través de los demás la sombra de lo que es. Aparca su mochila y absorbe de cada paso, latiendo con la tierra, deslizándose sobre sus horizontes. Entonces el viajero deja de serlo; y se apropia del rostro que tiene su nuevo cielo, del sabor de la espuma en sus nuevas costas, del silbido de la brisa cuando rompe con su cuerpo… Los meridianos dejan de ser extraños, los kilómetros ya no pesan, la mochila es un complemento. Danzar con lo autóctono, sembrar sobre lo puesto, respirar de cada poro; hacer propio lo ajeno. Pies que caminan sobre el hogar de cada huella, identidades encontradas entre geografía sin fronteras.