A las afueras de Barranquilla, donde el mar se une con el río Magdalena y lo mancha de un oscuro ceniza, se encuentra una población pesquera que vive inmersa en el mar y sus aguas; fuente de vida en el día a día de los pescadores.
El paisaje, encauzado por el mar Caribe a la izquierda y el río Magdalena a la derecha, invita a un embriagador paseo colmado de señas marítimas y decoros costeños. Las casas de madera, construidas con los bienes naturales de la tierra y, los lugares enraizados para la pesca hacen de Bocas de Ceniza un lugar apacible y opulento para contemplar el trabajo diario de sus habitantes.
El interés por este lugar se remonta a 1824 cuando se dio la primera navegación fluvial con buques de vapor. Posteriormente, con la construcción del Ferrocarril Barranquilla-Salgar cincuenta y dos años más tarde y con el traslado de la Aduana Nacional, se llevó a cabo la construcción de un paso artificial que abriera y habilitara el sector de Bocas de Ceniza para el comercio marítimo.
Sin embargo, a este fragmento lineal de tierra y rocas se le une no solo la actividad comercial sino la turística. Gracias a las vagonetas impulsadas por motor que recorrer las vías del camino, muchos curiosos y visitantes pueden llegar hasta la punta y contemplar como el mar se tiñe de color debido a los desechos que el río desborda sobre el plato infinito.
Publicado en enero de 2013 en: Revista Latitud